Analizar las estadísticas publicadas por el Instituto Nacional de estadísticas y censos (INDEC) supone indagar “datos objetivos”. Pero un rápido repaso sobre las variables de crecimiento económico y de distribución de la riqueza advierte cómo sus vientos soplan por carriles paralelos. Que, claro, no se tocan.
Desde el inicio de la gestión de Néstor Kirchner, y bajo la actual de Cristina Fernández, se suele presentar como éxito propio el crecimiento de la actividad económica y la baja de la pobreza e indigencia. Sin embargo, las estadísticas publicadas por el INDEC sobre aquellos que hacen equilibrio para no caer bajo las líneas fatales de los que no pueden vivir de sus ingresos o directamente no pueden comer, no resulta paralela en relación al crecimiento macro económico.
El resurgir de la actividad económica luego de la crisis desatada en 2001 comenzó a mediados del año siguiente, y aún con los desniveles que se han presentado en la última etapa, se ha mantenido. Los indicadores oficiales dieron cuenta de un crecimiento que alcanzó un pico del 9,0 por ciento en el primer semestre de 2005. Los niveles de pobreza e indigencia aunque también se mantuvieron de manera estable hacia la baja, siguieron siendo altos a pesar del importante crecimiento económico.
En el segundo semestre de 2005, los hogares que se encontraban por debajo de la línea de pobreza eran 2.086.000, equivalente a más de nueve millones de personas. De esos hogares pobres, 751.000 se encontraban bajo la línea de indigencia (más de tres millones y medio de personas). Para el primer semestre de 2006, los hogares que se encontraban por debajo de la línea de pobreza habían descendido a 1.636.000 (más de 7 millones de personas). De ese conjunto, 569.000 hogares se encontraban bajo la línea de indigencia, equivalente a más de 2 millones y medio de personas.
El cálculo de estas dos líneas se elabora en base a los datos de la Encuesta Permanente de Hogares. Los hogares pobres tienen ingresos que no superan el valor de la Canasta Básica Total y los indigentes los que no superan la Canasta Básica de Alimentos. Ésta última se determina tomando las 2700 de calorías que debe consumir un hombre de entre 30 y 59 años y se valoriza respecto del índice precios al consumidor. Para la CBT se toma el índice anterior y se amplía a gastos en alimentos, vivienda, educación, transporte y salud; el resultado se llama Coeficiente de Engel.
Los números del crecimiento económico desde la salida de la crisis hasta el presente, se mantuvieron en alza. Los números de la pobreza e indigencia, si bien descendieron, no lo hicieron en la misma proporción. Esto se debió a una variable indispensable en el proceso de recuperación: el trabajo en negro. En 2005 la precarización laboral afectaba a cerca de la mitad de los trabajadores ocupados. Dicho de otra manera, 4,7 millones de personas trabajan sin beneficios laborales y cobrando hasta un 65 por ciento menos que los que estaban en blanco. Estos porcentajes estaban 10 puntos por encima del que existía en 1998, antes de la recesión. En abril del 2006, la fuerza laboral urbana era de 16 millones de trabajadores, de los cuales sólo 2 millones y medio estaban incluidos en las negociaciones colectivas. El resultado: el 60 por ciento de los ocupados no ganaba lo suficiente para adquirir la canasta básica de pobreza familiar. Es decir, a pesar de trabajar tenían serias carencias alimentarias, veían perjudicados sus niveles culturales y deterioradas sus relaciones humanas.
Entonces, la actividad económica trajo aparejada un aumento en la demanda de mano de obra por parte de los empresarios, pero ésta se realizó a partir de condiciones de extrema precariedad. Lo único que creció en paralelo a la recuperación fue el trabajo en negro y la precarización. Éstos son algunos de los aspectos que el gobierno nacional –y los empresarios- olvidan mencionar cuando ponderan el crecimiento “del país”.
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