Es un doble juego de visibilidad e invisibilidad. Las mujeres siempre están allí: en las medidas de fuerza ocupan un lugar importante en relación a la cantidad y llevan adelante una multiplicidad de tareas. Pero muchas veces significa ser visible para resultar invisible. A la hora de la participación en los debates o de la conquista de espacios jerárquicos, su invisibilidad se vuelve visible: mayoritariamente son hombres quienes dominan el escenario. Lograr introducir su voz y sus ideas siempre implica un plus de esfuerzo y pelea. Si bien el esquema se repite tanto en las organizaciones sindicales como sociales, tanto brío parece estar encontrando respuestas.
“El objetivo real de la lucha por la igualdad apunta a desnaturalizar las tipificaciones y las actitudes preestablecidas que se atribuyen a hombres o a mujeres y que promueven la continuidad de la explotación del hombre por el hombre, de la mujer por el hombre. ¿Qué pasa cuando una mujer o un hombre no pueden cumplir con la expectativa que la sociedad tiene de ellos? Si el hombre debe salir a trabajar para sostener una familia, ¿cuál es el impacto de la desocupación en los núcleos familiares bajo el patriarcado? ¿Qué pasa, entonces, si la mujer tiene que salir de la casa?”, se pregunta Florencia Vespigniani, quien integra el Espacio de Mujeres del Frente Popular Darío Santillán.
Parir respuestas
El Espacio fue naciendo de hecho en los cortes del puente Pueyrredón, cuando todos los 26 se pedía justicia por los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. “Fue allá arriba –recuerda- en los cortes de 5 horas, que hicimos las primeras asambleas de mujeres”. Allí las preguntas individuales comenzaron a tener respuestas colectivas: “Al principio, en los piquetes y en los barrios, reproducíamos los roles domésticos: éramos las encargadas de las ollas populares, por ejemplo. Pero de a poco fuimos apareciendo también en lugares que antes eran destinados a los varones”, explica Adriana Pascielli, la “Tana”.
Instalar debates y agendas atravesados por cuestiones de género que antes quedaban en segundo plano, fueron los pasos iniciales. Tana expresa que: “Nos parimos en las luchas y piquetes, sumando nuevas y haciendo nuestras reivindicaciones históricas de las mujeres. Ya nos parimos, aprendimos a caminar, tenemos por delante el desafío de crecer”. Aquí se introducen entonces los campamentos de formación en género, donde participan cientos de compañeras.
Apuntes con historia
De a poco el material de lectura y discusión se fue engrosando. Escritos con distinto nivel de complejidad y también material -en formato de cartillas con muchos dibujos- de elaboración propia. En una de ellas se lee: “En Argentina, los movimientos sociales actuales tenemos como rasgo característico la masiva participación y compromiso de las mujeres. Pero sobre todo, la impronta de la construcción compartida y colectiva, de las decisiones por consenso en asambleas. Muchas mujeres antes que nosotras, compartieron la crianza de sus hijos, lo hicieron las anarquistas, las socialistas, las militantes revolucionarias en los 60` y 70`, en la cárcel o en el exilio. Lo que sí nos caracteriza, es que desde los movimientos sociales de fines del siglo XX, pusimos en las calles, hicimos público y visibilizamos la enorme cantidad de mujeres que por todo el continente la luchamos todos los días. Para crecer necesitamos formarnos e informarnos sobre el pasado, viviendo el presente y proyectándonos hacia el futuro”.
Florencia enumera: “Vamos inventando formas de aprendizaje y enseñanza, de reproducción, difusión y defensa de nuestros derechos: el placer, la educación sexual, el derecho al aborto, anticoncepción, igualdad de salarios entre varones y mujeres por igual tarea, visibilizar a las víctimas de la trata, guarderías en los lugares de trabajo, en los barrios”.
Prefigurando el futuro
Tana aclara: “En el caso de las mujeres del Frente, no vemos en los varones a nuestros enemigos. Más bien afirmamos que es con ellos que debemos ir construyéndonos como nuevos y nuevas varones y mujeres”. Por este motivo es que luego de dos años de debate en una multiplicidad de ámbitos internos, el Frente se declaró no sólo anticapitalista y antiimperialista, sino también antipatriarcal. “Porque un pilar importante de nuestra organización es la prefiguración en el presente de las nuevas relaciones sociales que vamos construyendo en el presente”, cuenta y afirma que: “Lo nuevo convive con lo viejo, pero nosotras apostamos a lo nuevo”.
Talleres, encuentros, debates, movilizaciones, acciones, canciones, consignas y reclamos. Es en esta creación que ellas amalgaman sus saberes. “Junto con otras, otras como nosotras, que se reconocen como parte del pueblo”, confirman. Y sonríen.
Desencuentros entre lo dicho y lo hecho
Clarisa Gambera también sonríe cuando se le pregunta cuáles son las principales dificultades de las mujeres en las organizaciones sindicales. Es que ella es, desde hace cuatro años, delegada de ATE por la Junta Interna de la Dirección de Niñez y Adolescencia del gobierno de la ciudad de Buenos Aires. “A priori no hay dificultades, porque el esquema de organización gremial es supuestamente democrático. Los problemas surgen en la práctica”, señala. Clarisa cuenta que en las instancias de mucho debate político “se ubica el discurso de la mujer en roles estereotipados: si subís el tono, sos una histérica. Pasa que muchas veces, para marcar presencia, las mujeres tendemos a masculinizarnos”, explica. O sea que no sólo deben pensar cuál es la política a seguir, sino cómo expresarla. Para Clarisa, hay muchas operaciones que se desempeñan sutilmente: “Si sos linda, si sos fea, en la práctica, aunque nadie lo admita, tiene peso”.
Tejiendo espacios
En la CTA también armaron un espacio de mujeres. Mucho más incipiente y con menos constancia y continuidad que el del Frente, sin embargo les ha servido para poder establecer instancias de diálogos donde salen a la luz, con toda crudeza y angustia, los conflictos. “La dificultad para encontrar un equilibrio entre el combo vida privada/vida política es enorme. Sólo hojear la agenda de tareas de una compañera es agotador: reunión en tal lugar, cita con el pediatra y con tal funcionario, comprar la comida del gato, resolver el problema de tal compañero, horario de charla con la maestra de los pibes, entrevista con tal diputado, comprar calcetines… Y lo loco es que es una trama indivisible que sólo parece tocar a las mujeres. Pero ¿quién cuida a los hijos de los compañeros? –y se responde con un gesto de exasperación- ¡sus mujeres!”. Y cuando las mujeres se sienten desbordadas, los compañeros las contienen, “pero no lo entienden, es la palmadita en el hombro con mirada paternal”, explica.
¿Los hombres no entienden?
Las mujeres que dedican parte de su vida a la actividad política parecen poner sobre el tablero una serie de subjetividades donde se entremezclan el placer por lo que hacen con la culpa por lo que a veces no llegan a hacer, el compromiso con su militancia, pero también con su cuerpo, el debate político, pero sin resignar el juego con sus hijos. “El aporte es demostrar que la vida privada es parte de la vida política y viceversa. El camino de la liberación del género es más la sumatoria de pequeños cambios, actitudes y dinámicas, que de grandes consignas”, enfatiza Clarisa.
No es un camino fácil. Tal vez porque en el fondo significa romper también con un modo de hacer la política muy masculino, que excluye en su dinámica cotidiana esas subjetividades. Y que más que dificultad para entenderla, parece implicar a veces en los hombres muchos miedos sobre lo que esos equilibrios significarían. En ese camino -con muchos tropiezos propios y obstáculos culturales, sociales y económicos-, en el parto de estas nuevas mujeres y hombres, en la riqueza de su aporte, una frase de Emma Goldman resuena: “Si no te gusta bailar, tu revolución no me interesa”.
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