lunes, 14 de septiembre de 2009
Medicamentos adulterados
En 1992 se vendió una partida de propóleo, del laboratorio Huilén, que estaba adulterado.
Hubo 900 personas intoxicadas por dietilenglicol presente en jarabe de Propóleo. 23 de ellas fallecieron. Hoy los pocos que recuerdan el episodio, le atribuyen la responsabilidad al laboratorio, pero en verdad , Huilén recurrió a la justicia internacional, y sólo allí, fuera de los ardides, coimas y mafias nacionales, pudo demostrar que fue un sabotaje de otro laboratorio, que fue condenado. No sólo pagó la indemnización como un señorito inglés, sino que compró al laboratorio Huién ( al que ya había arruinado), lo cerró y logró que los medios “perdieran la memoria”. Realmente lo que se dice ética al servicio de la salud.
Pero además, en 1998 hubo una pomposa investigación por tráfico de medicamentos truchos que empezaba en Buenos aires y terminaba en Corrientes. Allí se sucedieron treinta allanamientos, (entre ellos aparecieron los ya incautados y adulterados productos Huilén) que involucraban al empresario Alberto Castro y a las farmacias Far Mar. El juez a cargo era Soto Dávila. Pero la investigación no prosperó y como siempre las aguas se fueron aquietando.
Estamos en el 2009 y vuelve el tema de los medicamentos truchos.
Lamentablemente una vez más con muertos y todo. Llegará a alguna parte la investigación, o será como siempre un “aprete” de mafiosos, un amague de guapos?
Todos los días al despertar debo tomar un medicamento que me ayuda a controlar una enfermedad crónica. Desde hace una semana observo la caja que gentil y gratuitamente me dieron en el Hospital y me pregunto: esto será lo que necesito o no? Me va a curar o a matar? Será el remedio verdadero o el falso?
Vivir en este manoseo permanente donde nada es lo que parece, donde la información, los controles sanitarios, los ambientales, el cumplimiento de las regulaciones, los órganos que deberían ocuparse de hacer más segura nuestra vida cotidiana, los funcionarios que crean dichos organismos, todo forma un mismo lodo en el que nos vamos hundiendo sin remedio se ha vuelto algo normal en nuestro horizonte. Claro, sería imposible vivir dudando de cada bocado, pastilla, jarabe o bebida que nos llevamos a la boca. Nos volveríamos locos si cada vez que nuestros hijos salen a divertirse pensamos que podría ocurrir un Cromagnón o Keyvis. Estaría muy paranoica si creyera que toda vez que leo o escucho una noticia es mentira o hay gato encerrado. Sonaría tristísimo que esté convencida de que el policía de la esquina no me va a proteger, más bien lo contrario; y el político que me representa me va a traicionar para su propio beneficio.
A esto se referiría Discépolo con su Cambalache?
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